13/5/08


Plaza Echaurren: Sin Anestesia

“La plaza Echaurren no tiene domingos, su semana concluye el sábado. Ese día amanece de fiesta y sus mercados y emporios, se ven invadidos por gente animadas y alegres, recién pagadas, que se alejan portando mercadería, frutas. Por las noches nuestra plaza es ruidosa, agresiva, y sus gentes entran y salen de los bares en grupos bulliciosos. Como es natural, al día siguiente amanece mohína, cansada, triste en estado de componer el cuerpo” (Carlos León).


En un programa de televisión dedicado al periodismo denuncia, emitieron un capítulo en que su temática principal fue mostrar como actuaban los temidos “choros del puerto” de Valparaíso. Ocho meses de monótono trabajo, y los resultados arrojaron imágenes de una banda de lanzas que hacían gala de su profesión ante los descuidados porteños, mujeres que vendían cigarrillos de dudosa procedencia, pero que ante los ojos de los amantes de este placer, eran una tentación difícil de dejar pasar por su módico precio, y jóvenes, que agregándole un toque de modernidad a su peculiar trabajo, “piratean” y venden las películas que ni si quiera en las carteleras del cine están anunciadas.
Al ver esta transmisión uno puede pensar que en Valparaíso está ardiendo Troya, que se ha convertido en una jungla donde gana el más fuerte o que son los amigos de lo ajeno quienes llevan el timón del Puerto Principal. Sin embargo, eso está lejos de pasar en el Valparaíso del día a día.
Dicen los que no saben, que uno de los puntos más peligrosos es la popular Plaza Echaurren. Que allí pululan la más diversa gama de personajes que le dan vida y color al otrora “Barrio Chino”. Muchos ahí han forjado sus amargas vidas a punta de botellas de pisco y la más variada gama de cajas de vino que cuestan menos de mil pesos.
No hay duda. Llegar y sentarse en la Plaza Echaurren es incrustarse en el Valparaíso de comienzos del siglo veinte. Es ver en blanco y negro la postal de un Puerto que en ese momento pareciera no avanzar. Es imaginarse los años de bonanza que explican las inmensas bodegas del sector y que de seguro se llenaban de portuarios descargando las más diversa cantidad de productos que entraban por la puerta principal de Chile.
La plaza ubicada en pleno corazón del Puerto, tuvo varios nombres y personalidades (de Armas, Mayor, Municipal) hasta 1876, cuando se le rebautizó con el nombre de uno de los intendentes más particulares y excéntricos que ha tenido Valparaíso: Francisco Echaurren. Para él, la justicia empezaba en sus propias manos. Es por eso que acostumbraba en salir camuflado, a controlar que en su ciudad todo estuviera en calma. Y si alguien osaba ensuciar o tirar basura (los “delitos de esa época”), tenía un destino bastante claro: la cárcel. Así que con Don Francisco, lo mejor era portarse bien.
Pero no todo era rigurosidad, ya que bajo su mando, la ciudad vivió una de las actividades culturales más rimbombantes y glamorosa de la cual se tengan registros y que se mantuvo de boca en boca como un mito urbano por varias generaciones. Era la “Fiesta de las Escuelas”, que hizo bajar a todos los niños de las escuelas porteñas hacia el plan y que estuvo financiado íntegramente por Echaurren, que en un acto poco usual para estos “tiempos modernos”, desenvolvió cincuenta mil pesos de esa época, para que su querido Puerto tuviera una fiesta como se merece. No hay como dudar entonces, el porque del nombre de este lugar. Si hay alguien que merecía como homenaje por su legado a Valparaíso, que la plaza principal del Barrio Puerto llevara su nombre, indudablemente era el de este connotado político nacional.
Rodeada de locales de fiambres, ferreterías navales, botillerías, lugares de apuestas que son la delicia de los amantes de la hípica y emporios que se niegan a desaparecer, la Plaza Echaurren no da ningún indicio de que allí la delincuencia suba tan rápido como la espuma de una cerveza, como se menciona en algunos medios. Es más, a las señoras que transitan por acá, nada de eso les importa y sólo piensan en la mejor forma de cargar sus añosas bolsas de ferias por las interminables escaleras porteñas.
Así como las farmacias, cuando uno agacha la cabeza, los humildes indigentes también se multiplican por montón. De repente hay que esquivarlos como obstáculos, otras explicarles que no hay plata para regalar, pero que si puede haber un espacio para compartir algún cigarro u otro elemento que sacie por algunos minutos, la ansiedad permanente que tienen las personas que viven de la poca caridad de las personas.
Todos ellos tratan de recolectar el dinero necesario para pasar una noche algo más digna en el Ejercito Salvación, institución ubicada en un sector en que el olor a “paragua” y el de unos fideos ultra blancos, se mezclan y hacen despertar el apetito de las personas que al caer la noche, no tienen una mesa donde sentarse ni menos una casa donde vivir. ¿Salsa de Tomate o queso para acompañar los fideos? Ni pensarlo. No hay como un vino para acompañar la cena de las siete de la tarde. Así el cuerpo ya se comienza a preparar para recibir una cantidad de alcohol que pasada la medianoche, será en abundancia
Entre esta diversa flora y fauna porteña, quienes realmente son los protagonistas de este “reality”, son su innumerable cantidad de particulares y variopintos personajes que ornamentan “La joya del Pacífico”. Uno de ellos es la “Totó”, quien refugiada en las escaleras de mármol que abundan en Errázuriz, fuma y fuma pasta base, con tanta pasión como cuando sale a turistear al sector financiero, causando el enojo y repudio de quienes visten terno y corbata.
Es que los efectos de las drogas no pasan en vano en esta pequeña mujer que no debe superar los treinta años, y que ya casi como una costumbre, roba en panaderías y cafés, lo que habitualmente la hacen merecedora de los golpes de puños de los trabajadores que abusan de ella. A la “Totó” estos golpes de seguro no le importan ni le afectan. Los pipazos de pasta base han sido tan crudos, que su cuerpo ya asimila de buena forma estos puñetazos. Para ella lo importante es tener algo que comer o dinero para seguir solventando su vida marcada a fuego por el rigor y la soledad.
La “Totó” no es más que el reflejo de una parte de Valparaíso que se ha dejado muy de lado y que pareciera un fierro tan caliente para las autoridades, que ninguno ha querido quemarse las manos con este problema. Pese a esto, quienes viven en ese histórico lugar del Puerto no se hacen problemas. Una buena caja de vino en la mano y una vieja frazada, acompañada del cartón de turno, son los elementos necesarios para pasar una noche más en la popular Plaza Echaurren. Es la vida que le tocó a quienes no tuvieron la fortuna de otros, pero que sin embargo, disfrutan de los placeres de la vida con el mismo entusiasmo y fuerza que la mayoría de las personas. Eso si, sin anestesia.

1 comentario:

bloby boy / nicolito / jhonny dijo...

tremenda cronica vieja, wuooo compare en serio, nunca te habia leido vieja, que capacidad de descripcion hermano, en serio. Estuve en Valpo unos minutos vieja estando aca en el CAribe papaa. siga aplicandose no ma broda, lo vamo a estar siguiendo y pongale todo lo que hay que ponerle pa desmitificar la imagen del Gran Valpo!!
un abrazo broda y saludos a tu viejo dice el Ortiz Senior.
aqui cabro chico tambien te manda saludos.
awaaante Cerro Concepcion!!!!
chau vieja
NICO