10/6/08

COLGADOS DE LA FE



-Amén.

-Amén, hermano.

-Amééén

La palabra amén se ha repetido más de veinte veces en las bocas de los fieles reunidos en la pequeña Iglesia evangélica “Apostólicos de la Fe”, ubicada en calle Clave, a un costado de la Plaza Echaurren A la misa acuden jóvenes con pasado como drogadictos, ancianos que vieron pasar su vida tras una buena botella e inquietas guaguas que ni piensan en lo que pasa en su alrededor. Todos juntos en las bancas, concentrados en la fe.

El hermano Francisco tiene casi cincuenta años y lleva en la chaqueta de su terno un distintivo de oro falso que dice la palabra “Jesús”. Él es el encargado de recibir con el más fraternal de los abrazos a cada persona que cruza el umbral entre las calles del Barrio Puerto y este templo de la esperanza. A todos los saluda con efusividad y vocifera sus bendiciones a los cuatro vientos.

Quien pone su pie en esta Iglesia repara enseguida que no es como las monumentales e históricas construcciones que uno acostumbra a ver en televisión. Es una sala de un poco más de diez metros cuadrados, adornada con varias cartulinas de color rosado con dibujos de los jóvenes fieles, además de una gran Biblia de cartón pegada a la pared que invita a seguir la luz del Señor. Ver un cáliz de oro o alguna imagen de un santo es poco probable. Los evangélicos critican la devoción católica por las imágenes de culto y consideran que su misión es algo más que adorar figuras de buena madera.

Por unos añosos parlantes que piden a gritos una revisión técnica, el pastor Rufino Pérez, presidente nacional de esta misión, habla y habla sin cesar.

- Que el Señor los bendiga hermanos. Todos aquellos que vienen incorporándose a nuestra iglesia pasen y no tengan miedo de sentarse junto a nosotros y el Señor.

- Amén, amén- grita la gente mientras el pastor continúa hablando.

- Aquí tenemos ayuda para todos. Si sienten que su vida esta mal, acérquense al Señor, él siempre los cuidará y los resguardará”.

- Amén.

Tras las palabras del pastor, viene un instante de reflexión. Todos se ponen de rodillas pero, a diferencia de las misas tradicionales, aquí le dan la espalda al orador. Es el momento en que hay que pensar en lo bueno y lo malo que se ha hecho. Algunos hombres se ven muy afligidos, mientras piensan, casi arrepentidos. Uno imagina que deben ser tantos los problemas que los acongojan, que tienen mucho que pedirle al de arriba. Mientras la mayoría medita, en el escenario un joven colegial afina la batería con la que acompaña musicalmente cada intervención del pastor. El hermano Francisco comenta que el Pastor Pérez lleva más de 25 años en esta Iglesia y que es uno de los pastores evangélicos más experimentados.

-¿Qué características tiene que tener para llegar a este cargo?

- “Primero que nada tiene que ser correcto en todo momento de la vida y muy comprometido con la palabra del señor. No puede tener ninguna falla, debe ser intachable, aunque es obvio que nadie es perfecto y todos comentemos errores. Lo importante es que sean los menos posibles y que nadie se dé cuenta de ellos”.

Rufino Pérez sabe también que todos cometemos errores. Para este comerciante porteño, alcohólico durante nueve años, lo importante es como recibe uno el milagro del señor. “Yo no creía para nada en esto, era un católico como cualquiera, pero el día que entre al templo, sentí que el milagro de Dios estaba tomando posesión de mí. El Señor es sabio y nunca va a fallar en su predicción. De ahí han pasado ya veintinueve años ayudando y rescatando a todos los que lo necesiten, así como yo alguna vez lo necesite”.

Este rehabilitado hombre da cuenta de cómo es la sufrida vida de esta institución. “Aquí no tenemos nada, y menos tenemos ayudas externas como otros cultos, sin embargo, eso es lo de menos cuando hay gente afuera que necesite nuestra ayuda. Tenemos la suerte de haber sacado a muchos del alcoholismo, las drogas y también de haber ayudado a muchos niños desamparados. Nuestra misión aquí es esa, nunca vamos a dejar de cumplirla, aunque no tengamos un peso”.

El pastor se acomoda la corbata y empieza un servicio que se extenderá por casi tres horas.

“Mira, ¿ves a esos dos flaquitos? Vienen hace poco, estaban súper metidos con las drogas, vendiendo las cosas de la casa, hasta su ropa cambiaban por pitos y leseras. Y ahora mira como están, con la palabra de Dios entre sus manos”, dice orgulloso el hermano Francisco. Se refiere a dos jóvenes vestidos de terno y corbata, de delgadez extrema, probablemente forjada a punta de paraguazos y monos de pasta base. Ahora, según ellos, han cambiado.

Dicen que mientras menos se tiene, más solidario se es. En la Iglesia, cada parroquiano deja a un costado de la tarima principal diferentes alimentos, casi como ofrendas. Bolsas de azúcar, kilos de arroz, litros de aceite, paquetes de fideos, todos los elementos que requiere una canasta familiar son donados para que sean ocupados por quien más lo necesite. También la caridad puede tener precio y es por eso que los hermanos pasan recogiendo cualquier aporte voluntario que salga de los escuálidos bolsillos de los presentes. Como cualquier institución, “Los Apostólicos de la Fe” tienen que pagar el arriendo del local y las cuentas de agua, luz y gas. Dicen que no tienen apoyo externo, todo se sostiene gracias a la fe.

La jornada transcurre al ritmo que el pastor va llevando a su rebaño. Todos quedan eclipsados por sus palabras y las muestras de devoción son constantes. Parecen depositar en él las pocas esperanzas que les quedan; necesitan cargarse de fuerza y energía para comenzar una nueva y dura semana.

Anochece y la calle Clave empieza a llenarse de necesitados que buscan techo en el Ejército de Salvación. En esta institución, que colinda con la de los evangélicos, se puede pasar la noche por módicos seiscientos pesos. Muchos ya vienen con varias cajas de vino de más y son presa fácil de sus propios temblores. Sin casi darse cuenta, terminan durmiendo en cualquier rincón, sobre un cartón y cubriéndose con una apolillada frazada.

El final de la noche también llega para todos los fieles. El pastor Pérez desconecta el micrófono y da por terminada una emisión más de su particular servicio religioso. Es hora de emprender el retorno a casa. Ya no hay tiempo para rezar.